
Aunque común a todos los pueblos de España, un luctuoso acontecimiento se unió a las penurias que había dejado la Guerra Civil, LA TUBERCULOSIS, que se ensañó principalmente con la juventud y que se llevó lo más granado de los mozos y las mozas, hasta tal punto que muy pocas familias se libraron de tan terrible azote. Y quien sabe si tanta pérdida y dolor no sirvieron para limar discrepancias y que la vida cotidiana entre gentes de diferente pensar resultara aparentemente normal, y ayudara a ir olvidando pasados aconteceres.
Contaba La Isla, en aquellos años, con UN CURA, DOS MAESTROS(maestro y maestra que enseñaban a unos 25 niños y otras tantas niñas), CUARTEL DE LA GUARDIA CIVIL (con 5 ó 6 guardias) lo que, unidos al respeto y obediencia que se tenían hacia los mayores, muy pocas chiquilladas quedaban impunes y sin castigo.
Existían DOS TIENDAS MIXTAS Y DOS BARES, uno de ellas con bolera, que eran lugar de reunión y tertulia, por lo que cada uno de estos establecimientos tenía sus parroquianos habituales y es más, cada parroquiano ocupaba todos los el mismo sitio y que todo el mundo respetaba.
Pero la zona de ocio, esparcimiento y recreo, para niños y jóvenes, estaba en torno a la iglesia (el arenal y el “campin”), sobre todo al atardecer y coincidiendo con la celebración de los actos litúrgicos (todos los días cuando menos se rezaba el rosario, pero siempre había novenas, triduos, etc. y los domingos por la tarde Catecismo). Pero el acto litúrgico más importante, después de la NOVENA Y LA FIESTA DE LA VELILLA, era EL MES DE LAS FLORES (todo el mes de mayo). Ahí asistía toda la parroquia (viejos y jóvenes, hombres y mujeres, niños y niñas). La asistencia al rezo diario del rosario en la iglesia no te eximía de volver a rezarlo en familia, costumbre muy arraigada por entonces. El rezo se hacía coincidir con alguna labor, principalmente desgranar maíz o fabes los varones y coser, repasar o tejer las mujeres.
Tenía la parroquia de La Isla, fama entre los pueblos limítrofes de ser bastante religiosa, con mucha asistencia a misa, tanto a diario como los domingos. Yo creo que aparte del espíritu religioso de sus habitantes, que no hay duda que se inculcaba y enseñaba, no solo en la iglesia, también en la escuela, y en la familia, la reducida extensión de la parroquia, los buenos caminos que para aquellos tiempos tenía, podían propiciar y ayudar a que en la misa dominical y en el cumplimiento Pascual, ambos obligados, participaran todos los feligreses, porque el control y lo mal visto que estaba el no acudir a los actos litúrgicos era igual de mal visto en todos los pueblos.
Por la causa que fuere, la parroquia de La Isla gozaba de una merecida fama de religiosidad y así se lo oí comentar en alguna ocasión a su párroco.
Comparar aquellos tiempos de infancia y juventud con los de ahora, no es posible, primero por que ya no somos niños ni jóvenes. Yo deseo que los que hayan sido con posterioridad a mí conserven el mismo recuerdo de su pueblo, de sus gentes, de sus juegos y de los amigos con quienes los compartieron, y de manera especial de LA ISLA.
José Francisco (Enero 2003).
(El artículo RECUERDOS, fue entregado a Manolo Vigil, que lo público en su libro LA ISLA EN EL RECUERDO)
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